edward hopper
Cae la noche. No hace tanto frío como en un desierto, pero nace esa misma ausencia de vida. Y entonces todos los ojos estelares se centran sobre una sombra en la letanía que camina rompiendo el silencio con sus pisadas sobre el suelo adoquinado; su ritmo retumba más allá de la negrura.
Se trata de un noctámbulo solitario, fumador de noches, sombra móvil, deambulante entre farolas. El único muerto vivo; el único vivo de una ciudad muerta.
Imagina los sueños que emanan de las débiles respiraciones, presos por persianas bajadas.
No hay luna, ni viento; el aire se empaña. Es un escenario vacío, en una noche de verano en la que la sombra se oculta con abrigo y sombrero.
Ese abandono, ese desierto urbanizado, esas luces artificiales que alumbran calles negras...
El día, la noche. El ruido, el silencio. La angustia (...) y la paz.